Pues érase una vez un día que iba buscando materiales
diversos para mis diversos inventos. Este día en concreto necesitaba botones
para terminar unos broches de flores de fuxico (gran invento, pardiez, gloria y
alabanzas para aquel/la a quien un día se le ocurrió tan magna idea). Debo
confesar que tengo debilidad por los botones y siempre me cuesta un poco
decidir cuál es el mejor para cada combinación en particular así que en las
tiendas me tienen un poco de miedo por el tiempo que les hago perder hasta que
me decido (y más si se tiene en cuenta que nunca hago grandes compras, dos o
tres botones como mucho).
El caso es que aquel día fui a una de mis tiendas favoritas
y fui temprano para evitar aglomeraciones y molestias a las dependientas,
santas que en mi corazón tendrán siempre un hueco por la paciencia y amabilidad
con la que me tratan y los buenos consejos que siempre me dan. Después de mucho
mirar entre las muestras de botones expuestas seguía sin decidirme y una tuvo
la idea de enseñarme una bolsa ENORME donde guardaban todos los botones
descatalogados (viejos, rotos, huérfanos, etc). No sé si la idea no le nacería
de la desesperación y para tenerme entretenida un rato como a los niños y
mientras tanto poder atender a otras clientas que ya iban llegando. Si fue esa
su intención lo consiguió, debo confesar. Pero al mismo tiempo me puso en un
terrible compromiso: todos me gustaban, a todos les encontraba alguna gracia y
para todos se me ocurría alguna aplicación. Este era precioso para aquella tela
con florecitas rojas y azules, aquel es perfecto para las flores de fuxico que
quiero completar, a ver si encuentro dos más…. Y así la situación se iba
alargandoooooooo….
Cuando la encargada se dio cuenta de lo que estaba pasando me ofreció toda la bolsa por un precio razonable. Me sentí como un niño al que meten en una juguetería y le dicen que puede llevarse todos los juguetes que quiera. Pero como ya no soy una niña una campanita en el fondo de mi cerebro me recordaba lo de “el precio razonable”.
Para no alargar innecesariamente esta historia concluiré con que llegamos a un acuerdo y me volví a casa con un montón de botones y una sonrisa inmensa.
(Supongo que por su parte en la tienda tampoco podían creerse su buena suerte de haberse librado de aquella bolsa con la que no debían tener muy claro qué hacer y “aquella loca”, es decir, yo, les había quitado un problema de encima. ¿Hay algo mejor que un trato en el que ambas partes se sienten satisfechas?)
Y una vez en casa ¿ahora qué? Los extendí por el suelo y lo primero que pensé el que necesitaba ordenarlos pues de lo contrario no me servirían de mucho.
Según iba clasificándolos me di cuenta de que el tesoro que había conseguido era aún mayor de lo que había pensado. Mi imaginación se desbocaba por momentos y las ideas surgían casi sin interrupción, atropellándose unas a otras. Algunas eran ideas sencillas, otras más innovadoras, pero todas interesantes.
Son esas ideas las que iré poniendo en esta historia. En ocasiones
vendrán amontonadas y en otras tardarán mucho en aparecer, eso también será parte de la sorpresa.
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